domingo, 24 de abril de 2016

ESTÁS


       
        
        No estás, Adolfo, pero permaneces
imborrable en nosotros. En cada paso,
en cada rincón o cualquier lugar hay
siempre un recuerdo, una sonrisa o
alguna expresión tuya que ya forma
parte de nuestras vidas.
        No estás, hermano, pero tu recuerdo
sigue alojado, perennemente, en nuestro
pensamiento, y estás presente en el día a día
de nuestro trabajo, en nuestros sueños y
cuando descansamos junto al mar.
        No estás, Adolfo, pero tu presencia se 
nos agiganta cuando estamos toda la familia  
junta porque todos tenemos un poco de ti, y  
no nos hace falta pronunciar tu nombre 
para sentirte a nuestro lado como siempre 
has estado y estarás.
        No estás, Adolfo, pero estás.

Viladecans, abril del 2016.

Sebastián Romera.

sábado, 21 de marzo de 2015

PARA GUILLEM





¿ Es posible que una sonrisa pueda cambiar el mundo. Hace un tiempo me hubiera parecido una quimera, querido Guillen, pero ahora sintiéndote reír como tu sabes no lo tengo tan claro. Lo que si es innegable que a nosotros si nos estas cambiando, sobretodo, nos has rejuvenecido el sentido de la ternura que se nos estaba haciendo mayor.

Querido nieto, tú, no solo sonríes como los ángeles, sino que puedes traspasarnos el alma cuando tu carita, de personita seria, se va transformando poquito a poco y acabas en una encantadora carcajada en la que tus dos dientecitos decoran una boquita provocadora, y si además nos tocas con tu manita, en un intento de caricia, entonces el tiempo se nos para y sentimos algo inexplicable en el interior que nos dice que nuestras vidas han valido la pena solo por contribuir, en la parte que nos toca , a que una criatura tan maravillosa como tú estés entre nosotros.

Guillem, no se que poder tienes, pero has conseguido que mi legendario miedo a volar lo tenga bajo control con solo pensar que vamos a verte. Fíjate, querido nieto, el milagro que has conseguido: estas líneas te las estoy escribiendo a doce mil metros de altura.



Besitos y un fuerte ej-eje-jejje.



Tus avis, desde un lugar entre St. Albans y Barcelona

viernes, 1 de noviembre de 2013

AMBROSIO, SU LEYENDA





De dominio público era la leyenda de que en el pueblo de Rondón de los Caballeros, situado en el interior del valle de los cerezos, existía un licántropo. Concretamente en el panteón familiar donde yacían los restos mortales del último cura que ejerció su apostolado, decían los vecinos, era la guarida ocasional de Ambrosio, el apodado “hombre lobo”

Era una de tantas fábulas que circulaban por los pequeños pueblos ganaderos de la comarca. Pero, tras lo sucedido en la madrugada del día de los Santos Difuntos el miedo se extendió como una mancha de aceite por el pueblo de Rondón

El referido Ambrosio, un hombre de cuarenta y nueve años, trabajador
y con ganas de prosperar “según relataban sus contemporáneos” había conseguido, tras muchos años de cabrero, tener su propio rebaño. Tres perros pastores, que prácticamente eran su única “familia”, le ayudaban en las labores de vigilancia y cuidado de sus animales.

La leyenda comenzó a forjarse cuando uno de sus perros tuvo una pelea con una rata de campo, a consecuencia de ello, el animal se contagió de la rabia y perdida la cabeza mordió a su amo.

En esa pequeña villa creyeron que murió a consecuencia de las infectas mordeduras, pero como nunca se encontró su cadáver... comenzaron las habladurías. Se decía que, estando moribundo, se refugió en el panteón del cura que, en vida, habían sido muy amigos y milagrosamente sanó de sus heridas, pero el mal ya había invadido su alma.

También, en voz baja y mirando alrededor, explicaban algunos vecinos que en noches de luna llena cuando las tormentas hacían retumbar sus truenos por el valle se escuchaban aullidos inhumanos provenientes del cementerio que a más de uno le ponía la piel de gallina y el corazón en un puño.



Una tarde de octubre, ochos días antes de la fiesta de todos los Santos, dos jóvenes vecinos del pueblo, y que rondarían los veinte años, estaban entretenidos en uno de los bares que había en Rondón. Un reportaje televisivo atrajo su atención. El documental informaba de las influencias, cada vez más consolidadas en nuestro país, que la fiesta anglosajona de halloween, más bromista y atea, estaba teniendo en nuestra tradicional fiesta de todos los Santos y Difuntos.

A Carlos, uno de los dos muchachos, mientras visualizaba el programa se le fue iluminando la cara con una sonrisa maliciosa y le comentó a su amigo Julián:

 ¿Porque no preparamos una gorda, y que sea sonada la noche de los difuntos?

A que te refieres, colega, con eso de sonada.

Muy fácil. Vamos a aprovechar ese cuento chino de Ambrosio, el que dicen que a veces se oculta en el panteón del cura, para darles un buen susto a los vecinos como hacen los americanos en la noche halloween

¿Quieres decir, Carlos, ir al cementerio de noche y trastear en el panteón del cura nosotros dos solos?

Por supuesto, pero sin profanar el lugar ni hacer nada violento. Solo llevaremos unas calabazas preparadas con punteros-lacers en los orificios de los ojos para que se vean las luces desde el pueblo. También dejaremos algunos rastros que aparenten que alguna persona o “monstruo” merodea por allí.

A Julián no le entusiasmó la idea. No por miedo de ir al cementerio de noche, sino por las consecuencias si los descubrían. Pero tras meditarlo, acabó moviendo afirmativamente su cabeza mientras disimulaba una sonrisa pícara por lo que se le acababa de ocurrir.

Llegó la esperada noche de primeros de noviembre. Los dos jóvenes equipados con todos los utensilios para la broma dentro de sus mochilas iniciaron, de madrugada, su partida al cementerio. Una radiante luna nueva les alumbraba el camino.

El camposanto estaba, aproximadamente, a unos quinientos metros de las afueras del pueblo. Nada más llegar tuvieron su primer contratiempo: la puerta estaba cerrada con llave.

¿Qué raro, Julián? La puerta siempre ha estado cerrada sólo con el pestillo.

Sí, colega, pero no a las doce de la noche.

Los dos amigos comenzaron a inspeccionar la tapia en busca de una zona en la que les fuera más fácil trepar. La parte en que la pared se unía a los pilares aparentaba más facilidad.

Tío, esto de tener que gatear por la pared no me hace ninguna gracia protestó Julián. Luego, si alguno tiene que salir por piernas se va a hacer polvo.

¿Y según tú, porqué tendríamos que salir corriendo si a estas horas no vendría ni el enterrador cobrando horas extras?

Cosa mías, Carlos, no me hagas caso.

Una vez dentro del camposanto se encaminaron, sigilosamente, al panteón donde estaba enterrado el cura y sus familiares. Tras unos minutos de un caminar indeciso, y apretando los dientes ante el más mínimo ruido, llegaron frente a la cancela metálica que protegía la puerta acristalada del mausoleo.

Carlos comenzó a sacar de su mochila todo el arsenal para la broma.

Mientras tanto, Julián registraba las macetas adosadas en la entrada y miraba debajo de ellas. Atónito por lo que hacía su amigo, Carlos le preguntó:

¿Se puede saber que haces? Deja en paz los tiestos que estás haciendo mucho ruido y me estoy poniendo nervioso.

Tranqui, colega. Mira lo que tengo en la mano Carlos enfocó la mano de su amigo con la pequeña linterna-laser y exclamó. Una llave! ¿No me dirás que es de esta puerta?

Bingo. Y ya que la he encontrado echaremos un vistazo por el interior.

De eso ni hablar. ¿Y se puede saber como demonios tus sabias el sitio donde se escondía la llave?

Pues muy fácil, socio. Son muchos los domingos que mi madre me traía aquí para que le ayudara con la escalera, y así ella podía limpiar todo este mogollón de granito. Ya sabes que mi vieja era muy devota del cura don Anselmo.

Julián muy decidido, y aparentemente tranquilo, se dispuso a entrar en el interior del mausoleo cargado con sus cosas.

¡Pero... Julián, nos vamos a meter en un lío. Entrar ahí es un sacrilegio.

No digas chorradas, Carlos. Aquí, en esta especie de oratorio, entran los familiares. Mi madre también limpiaba esta zona. Los ataúdes están dentro del sepulcro en un hueco que hay al fondo a la derecha.

Verdaderamente Carlos estaba fascinado del comportamiento de su compañero. Lo encontraba desconocido y sorprendentemente lanzado. Siempre, en el grupo de amigos, lo tenían como un chico tímido y retraído siendo el blanco de las bromas más pesadas.

La última se la gastó, precisamente, Carlos. Le mandó un mensaje al móvil en el que le aseguraba que Tania, una chica que le gustaba a Julián, quería ser su novia, pero que le daba “corte” decírselo. Cuando él, pavoneándose y sacando pecho se le acercó insinuante, Tania se rió de él y lo mandó a freír espárragos. Avergonzado y humillado se marchó cabizbajo maldiciendo a Carlos.

Una vez en el interior del mausoleo, Julián se encaminó hacia la zona de los sepulcros e invitó, desde el fondo, que se acercara su amigo.

Yó no pienso entrar exlamó Carlos, cada vez más alterado. Además, estoy pensando que mejor lo dejemos para otra ocasión. Será el relente de la noche, pero me está entrando un tembleque y un sudor frío en todo el cuerpo que no puedo aguantar.

Bueno, tú eras el organizador de la broma. Si ahora te acojonas no me voy a quedar aquí yo solo. De todas formas me apetece hacer una cosa: Julián puso sus manos alrededor de su boca en forma de altavoz y gritó. ¡¡Ambrosio, hombre perro o lobo, si estás aquí manifiéstate!!

Julián, Julián... no te pases hombre. Haber si con tanto cachondeo se van a mosquear los difuntos.

Está todo controlado. Aquí sólo está el cura o lo que quede de él y sus parientes.

Carlos cada vez estaba más desconcertado con su amigo. Pensaba que el alcohol, que habían consumido en abundancia durante la tarde, le había daba un valor extra que no tenía cuando estaba sobrio.

Cuando Carlos se disponía a recoger las calabazas para introducirlas en su mochila, surgió desde el fondo del panteón un grito terrorífico que ampliado por la bóveda del recinto resultó más espeluznante.

¡¡Socorro, Carlos!!, algo me ha cogido del brazo y no me deja salir. Ayúdame por favor...

A Carlos, el grito inesperado de su amigo lo paralizó. Intentó iluminar con la linterna el fondo, desde donde procedían los chillidos, pero el temblor de su mano le impedía enfocar.

De pronto un rugido animal, como si un lobo fuera acorralado en su refugio, retumbó como un trueno. Carlos se estremeció. Finalmente consiguió orientar la luz hacia donde provenían los aullidos.

No se desmayó por el instinto de supervivencia, pero se tuvo que restregar los ojos para asegurarse que era real lo que su linterna enfocaba.

¡Virgen Santa, no puede ser verdad! balbuceó Carlos, castañeándole los dientes.

La cara de un escalofriante personaje quedó al descubierto. Destacaba su mandíbula prominente, cabeza y cara cubiertas de pelo enmarañado de donde resaltaban unos ojos que parecían inyectados de sangre. De su boca entreabierta, en la que sobresalían unos inmensos colmillos, goteaba un viscoso líquido rojo.

Carlos no lo pudo soportar más y tiró la linterna. Concentró toda la energía que le proporcionaba el pánico en sus piernas. Salió, literalmente, volando del mausoleo y corrió como un poseso hacia la tapia.

Sin tiempo para pensar, ni buscar la parte más baja del muro, se lanzó suicidamente contra él. Intentó escalarlo de cualquier forma; en ello se dejó algunas uñas rotas y jirones de la piel de sus manos. Al final, con la misma desesperación que un naufrago emerge del agua, Carlos consiguió coronar la pared. Nada más tocar el suelo del otro lado comenzó a correr.

Corría desesperado y dolorido. Sus larga zancadas ponían tierra de por medio, pero no podía evitar mirar continuamente hacia atrás. Temblaba desde la barbilla hasta las rodillas, mientras el estómago parecía que se iba a volver del revés de tanta opresión.

“Como he podido llegar a esta situación tan increíble y surrealista por una gamberrada” se repetía, machaconamente, un jadeante Carlos.

Ya en la entrada del pueblo enfiló, como un torbellino, hacia la calle mayor donde estaba el cuartel de la guardia civil. Más que tocar la puerta parecía que la iba a echar abajo. El oficial de guardia la entreabrió llevando entre sus manos el fusil, en posición de tiro, esperándose lo peor.

El cabo Hidalgo, que estaba esa noche de guardia, viendo a la persona que había aporreado la puerta se tranquilizó y guardó el arma. Conocía bien a Carlos. Alguna vez el muchacho se había pasado con sus travesuras y tuvo que llamarle al orden.

¿Supongo que tendrás un motivo muy importante para llamar a estas horas, y de esa forma?interrogó ásperamente

¡Cuestión de vida o muerte, se lo juro por Dios.

Carlos le contó al miembro de la benemérita, en pocas palabras, lo sucedido en el cementerio con su amigo y las escenas sangrientas contempladas.

El cabo accedió a acompañarlo, no por creerse la historia rocambolesca del hombre lobo, sino porque viendo su aspecto lamentable pensó que habían tramado alguna gorda y se les había ido de las manos. Rápidamente cogió un radio-transmisor y una potente linterna y se subieron a un todo-terreno del cuerpo.

En pocos minutos ya divisaban, perfectamente, el cementerio. La brillante luna llena les facilitaba la visión.

El cabo aparcó cerca de la entrada y, ya informado por Carlos, extrajo de su bolsillo un juego de ganzúas con las cuales, en el segundo intento, abrió la puerta de entrada del camposanto.

Cautelosamente se encaminaron hacia el panteón del cura. El silencio era total, sólo roto por algunos graznidos de aves nocturnas. El cabo Hidalgo aguantaba su linterna con la mano izquierda, y como precaución, con la diestra rozaba la culata de su pistola. Carlos le seguía casi pegado a él. Su temblor se había convertido en pequeñas convulsiones. Hasta en su garganta notaba el repiqueo incontrolable de su corazón. A pocos metros de la entrada del mausoleo el cabo le indicó, casi en un susurro, que esperara hasta que le hiciera una señal. No se lo tuvo que repetir dos veces. Carlos se tiró tras una lápida y esperó acontecimientos.

Al agente, aquella situación y lugar no le hacía ninguna gracia. La puerta acristalada del panteón permanecía abierta. El cabo se acercó casi de puntillas sujetando firmemente su linterna, respiró profundamente y enfocó al interior del recinto. La escena que descubrió, en un primer momento, lo dejó petrificado. Tras unos segundos de cavilación comprendió el motivo del pánico de Carlos.

Julián, su amigo, estaba tendido en el suelo bocarriba. Permanecía inmóvil; en su torso llevaba puesto lo que parecía una imitación peluda a piel de animal, y en su cabeza, a medio quitar, una realista mascara de hombre- lobo.

Rápidamente el agente llamó a Carlos. A continuación le tomó el pulso al chico. Afortunadamente respiraba, aunque sangraba ligeramente por varios puntos de la nuca y cuello

Mientras pedía una ambulancia por radio, el cabo, mirando inquisidoramente a Carlos, le preguntó:

¿Que demonios le has hecho a tu amigo?

¡Le juro por mi familia que nada!.., aunque jamás hubiera imaginado que Julián me hiciese esta putada. Yo salí corriendo a buscar ayuda. Ya ve como tengo las manos.

Aquello que el joven le contaba sonaba veraz y tenía lógica. ¿Pero entonces que demonios le había pasado a su amigo? masculló el agente, sobrepasado por los acontecimientos.

El cabo examinó al muchacho y observó que las heridas eran extrañas, como arañazos profundos en la piel. Con el movimiento, Julián entreabrió los ojos. Reconoció a su amigo y, con la mirada cabizbaja, guardó silencio.

¿Qué te ha pasado, muchacho interrogó el agente

No lo se. Lo único que recuerdo es que cuando se marchó corriendo Carlos, y empecé a quitarme el disfraz, alguien me cogió por detrás, me zarandeó y golpeó. No recuerdo nada más.

En ese momento llegaron los sanitarios. Mientras en la camilla el médico tomaba las constantes de Julián, preguntó al cabo Hidalgo.

¿ Al final se ha escapado, verdad?

¡Se has escapado...¿Quién? exclamó desconcertado el agente.

Bueno, nosotros, cuando llegábamos aquí, vimos a lo lejos como una sombra saltaba ágilmente la tapia y desaparecía rápidamente entre la arboleda.



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domingo, 13 de enero de 2013

EL TRAPECISTA


            

             ¡Señoras y Señores, bienvenidos al mayor espectáculo del mundo!
A continuación  relató el jefe de pista­­, tengo el honor de presentarles
al más valiente e intrépido domador de fieras. El inigualable Jéremi Páez.
Fuertes aplausos recibieron al veterano domador que, enfundado en su maillot
granate y cubierta su espalda con una espectacular capa dorada, entró
presuroso en la pista central del circo inclinanando respetuosamente su cabeza
ante tan entregado público. Sin más preámbulos, se desprendió de su capa y se
introdujo directamente en la gran jaula que compartían leones y tigres.
 Jéremi hizo sonar su látigo que resonó como un trueno. Las fieras rugieron
amenazadoramente y comenzaron su rutina.
 
              Claudio Páez, hijo del domador, esperaba su turno para actuar alojado
en su rulot-camerino. Inevitablemente, como desde aquel lejano día que se
atrevió a  manifestar sus sentimientos a su padre, al escuchar, desde la pista, el
chasquido del látigo de doma, amplificado por los altavoces, su corazón se
 aceleró y comenzó a temblar mientras le brotaba de su frente aquel sudor frío
que le calaba hasta el alma.
             Esa noche, como otras tantas, Claudio se la tenía que jugar. Intentaría,
una vez más, el más difícil todavía: la triple vuelta mortal en el trapecio
 instalado en la cúpula del circo.
              
             El número de las fieras llegó a su fin. El domador remató su
actuación haciendo chasquear continuamente el látigo sobre las cabezas de las
 fieras mientras éstas, erguidas sobre sus patas traseras, amenazaban
 cansadamente abalanzarsesobre él.

               
             Claudio observó de reojo el gran reloj situado al fondo de su rulot.
 Faltaban cuarenta minutos para su actuación. Continuaba la opresión en su pecho.
Cada vezle costaba más disimularlo y nunca pudo compartir con nadie su secreto:
 ¡le tenía miedo al trapecio! pero más a su padre “el gran domador de todo”.

               ¡Respetable público!, continua el espectáculo resonó de nuevo por
la megafonía. En unos instantes lo imposible se hará realidad y la realidad
les parecerá imposible. Ante ustedes los fantásticos contorsionistas-malabaristas
“Trupe Marions” llegados del circo Renglin  de Estados Unidos exclusivamente
para  nosotros.
               
                Mentalmente, Claudio calculó el tiempo; tras los Marions, los payasos,
y después, después su angustia y desazón envueltas en una sonrisa de celofán,
entrarían en la pista. Cada vez le atormenta más el recuerdo de aquel desdichado
día en el que se lo confesó a su padre:
              ¿Qué dices? le gritó sin contemplaciones su progenitor.  Miedo,
que tú tienes miedo a las alturas.
             Con la mirada desatada y el mismo látigo de doma, con el que
 atemorizaba a  las fieras, Jéremi se lo crujió a pocos centímetros de la oreja, tan
pocos que Claudio percibió aterrorizado en su cara el soplo que produjo el tronar
del látigo.    
              Los fuertes aplausos que retumbaban a su alrededor, procedentes de la
 pista, le devolvieron a un presente huérfano de ilusiones. Contempló, con sus
 ojos inundados de melancolía, el póster que guarda desde niño, enmarcado y
colgado en su camerino. En él, grandes letras anunciaban a la singular malabarista
del trapecio
 “La princesa rusa” una estilizada y guapa mujer. Era la madre que tanto añoraba
y echaba a faltar. Según su padre, a los pocos meses de su nacimiento,
desapareció del circo con el encargado de taquillas.

            ¡Respetable público, ya pueden respirar! comentó irónicamente el
 presentador. Despidamos, como se merecen, a estos artistas prodigiosos,
Los Marions.

            Llegó el momento. Todos en el circo sabían que el arriesgado número
del trapecio era el gran reclamo para llenarlo cada noche. Claudio se ciñó en
las ingles el maillot celeste, apretó sus muñequeras, giró pausadamente su
cuello a ambos lados y estiró sus músculos dorsales. La transpiración comenzó
 a resbalar por su tez morena y cara aniñada, en la que sus ojos castaños
tenían una pátina de tristeza que delataba una nota discordante en su atractivo
 rostro.  Se acercó al mueblecito-bar, extrajo una botella de güisqui y se sirvió
un abundante trago en un vaso. Era otro de sus secretos, el que le da valor
 para subirse cada día al trapecio. A continuación se dirigió a la pista central
 y esperó junto a sus compañeros, entre la tramoya, que finalizaran los payasos.

          
               Mientras se despedían los payasos, Jeremi, su padre, que a pesar
de estar al borde de la sesentena, tenía una envidiable figura, se dirigió a
su hijo con el mismo rictus en la cara que cuando bregaba con las fieras.
               Claudio dijo mirándolo fijamente, traspasándolo, espero
que esta noche, ahí arriba, ejecutes con maestría el triple salto que tanto
se te resiste y que no lo acabas de bordar. La gente paga por ello, recuérdalo.
               Si, padre contestó sin poder sostenerle la mirada. Perdona,
subo un momento a mi camerino
              ¡Pero si están a punto de anunciarte!  le recriminó.
              Sólo es un segundo subió corriendo a su rulot y volvió a sacar
la botella de güisqui. Esta vez se la llevó directamente a la boca.

             ¡Señoras y Señores! tronó por megafonía tras el redoble de
 tambores. Llegó el momento esperado. La valentía, el riesgo y el arte se
 escriben con mayúsculas en lo más alto de la lona.  Ante ustedes, el increíble
 Claudio Páez, el volador de la pampa.
             Él saludó educadamente al respetable desde en centro de la pista,
se frotó las manos con magnesio y comenzó a subir a pulso por la gruesa
 cuerda hasta la plataforma, anclada a pocos metros de la cúpula, donde
esperaban sus compañeros.
             Sin ninguna dificultad, Claudio ejecutó limpiamente las piruetas
 rutinarias con su equipo, y que le servían de preparación para el gran
 momento. Tras finalizar varias y espectaculares series se refugió en la
 plataforma recibiendo las primeras ovaciones.
             A continuación: dirigió una mirada cómplice a su compañero de
 acrobacia indicándole el dos con los dedos. Con su trapecio, Claudio
 se desplazó hasta la plataforma de enfrente; levantó su brazo
 derecho dando la señal, y se lanzó vertiginosamente con su trapecio al espacio.
 Se balanceó rítmicamente hasta alcanzar la altura prevista. Su compañero
 esperaba el momento justo para lanzarle el trapecio vacío. Claudio recogió
sus piernas hasta la altura del pecho y se soltó.  En el aire giró con su cuerpo
 recogido. A la segunda vuelta se estiró como un gato y sus manos buscaron
desesperadamente el trapecio que le envió su compañero. Lo alcanzó con una
 mano y la punta de los dedos de la otra. Se sintieron murmullos y algún grito
 entre los espectadores. Al final consiguió, a duras penas, hacerse con el control.
 Sus compañeros respiraron aliviados cuando se unió a ellos.
              Fuertes aplausos tronaron entre el enardecido público.
             
              El sonido amplificado de los vítores, arriba en la cúpula, y la
 euforia que le provocaba el alcohol, desataron la adrenalina del trapecista.
             Colócate en posición, Juan  vociferó Claudio, señalándole el
 tres a sus compañeros.
             Juan, el recogedor, hombre de su confianza y el que le tenía
que agarrar en el aire, le comentó encarecidamente que mejor lo dejara
 para otro día. Claudio ni le escuchó, estaba decidido a todo. Con su trapecio
 se trasladó hasta la plataforma contraria. Esperó que Juan comenzara a tomar
altura, bocabajo en la barra de su trapecio, y sujetándose sólo con las piernas.
  Claudio contó los balanceos de su compañero y emprendió la más difícil de
 las acrobacias aéreas. Consiguió su máxima velocidad y altura, sus movimientos
 eran frenéticos; miró de reojo a su compañero y se soltó. Por la inercia, iba
cayendo hacia abajo dando vueltas en el aire como una peonza. En el tercer
 giro se estiró desesperadamente intentando agarrarse a las manos
salvadoras de su compañero. Faltó coordinación y apenas consiguió rozarlas.
 Gritos de pánico en la pista cuando Claudio cayó como un fardo.
              Afortunadamente, la red de seguridad aguantó la caída, pero lo
 rebotó hacia arriba varios metros. Claudio, algo aturdido, no pudo recomponer
 la figura y cayó fuera de la protección.
              El golpe fue brutal contra el tatami de la pista. Hasta en las primeras
 filas se escuchó el crujir de sus huesos. Se quedó inmóvil, con los ojos abiertos
y la mirada extraviada, mientras un silencio sepulcral enmudeció a los
espectadores. 
             Su padre acudió corriendo con su cara desencajada y se arrodilló
 incrédulo junto a él, fuera de si, intentó inútilmente que se incorporara. Pero lo
que vio reflejado en los ojos inmóviles de su hijo, por primera vez en su vida,
le hizo fluir algo parecido a unas lágrimas. Miró hacia arriba y arrojó con rabia
al centro de la pista el látigo de doma que llevaba colgado en el cuello. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

DIONISIO, "¿EL LOCO?"

Te lo puedes creer, Juan apuntilló Luís mientras le señalaba con el dedo el sendero que se desvanecía al adentrarse en la espesura del bosque, esta historia me la contó mi padre, que a su vez se la contó el suyo y, así, durante varias generaciones ha permanecido viva en nuestra familia. Te digo más, hasta hace unos pocos años se guardaba, como si fuera una reliquia, un trozo del botijo de mi antepasado con una inscripción asombrosa que demostraba que no estaba tan loco. Lástima que, por un pequeño incendio en la casa, quedara hecho añicos. Como te decía, Juan. La odisea de mi tatarabuelo Dionisio, al que le cambió la vida y desde entonces nunca fue el mismo, comenzó un atardecer de mediados de junio cuando apenas los últimos rayos del sol penetraban en la densa arboleda. >>Regresaba a su casa tras una dura jornada de trabajo arando la tierra, por el sendero que atravesaba el bosque. A mitad del mismo, y hacia un lado en el que sobresalía un pequeño montículo formado por rocas, había una grieta por la que manaba un agua transparente y fresca. Él aprovechaba para refrescarse y llenar el botijo que portaba. Aquel día le ocurrió algo increíble: al acercarse a la fuente escuchó un murmullo, como una especie de conversación; extrañado, por ser un camino solitario y poco frecuentado, le invadió cierto temor. Se ocultó detrás de un gran alcornoque y afinó su vista. Se tuvo que restregar los ojos para asegurarse que no era una alucinación. Lo que vio le dejó la sangre helada y un temblor irrefrenable sacudió su cuerpo. Allí, junto a la pequeña balsa que formaba el continuo fluir de la fuente, un grupo numeroso y variado de animales que vivían en aquel bosque y, que rodeaban al que parecía ser el que hablaba, un enorme jabalí de colmillos largos y afilados que Dionisio entendió que les dijo: “no descuidar la vigilancia nocturna, un temible oso pardo ha invadido nuestro bosque”. ¿Desde cuando un animal habla? se repetíó incrédulo. ¿Será que tengo el don de entenderlo y no me he dado cuenta hasta ahora? >>Sus dudas metafísicas pronto dejaron paso a un pánico aterrador cuando escuchó decir al gran jabalí: “¡Cuidado, huelo a humano!” Dionisio tiró el botijo, y salió corriendo a toda la velocidad que le permitían sus piernas. Llegó jadeante a su casa, y con la cara desencajaba contó lo sucedido. Ocurrió lo previsible: en el pueblo sus vecinos se lo tomaron a guasa, y le dijeron que si lo que se llevaba al trabajo en el botijo era agua, o, vino. Desde entonces a mi tatarabuelo lo apodaron Dionisio,”el loco”. >>>Él acudía frecuentemente a la fuente del bosque, haciéndose acompañar por vecinos, en un intento de restituir su buen nombre pero, era inútil, siempre estaba desierta. Lo único que confirmaba que estuvo aquel día allí fueron los restos del botijo que quedaron esparcidos por el suelo. Pero, Juan, lo extraordinario del caso continuó Luís, en tono enternecedor, es que mi antepasado, una de las veces que frecuentó el manantial, tropezó con el asa del botijo que sobresalía del suelo y, aparte de caerse, hizo un descubrimiento que nunca compartió con los vecinos del pueblo porque pensarían, “según dijo él”, que lo habría manipulado. En la parte inferior del asa, que era el trozo más grande que quedaba, había una leyenda escrita a modo de advertencia, cuyos trazos parecían que los hubieran grabado con una afilada garra en la que decía: “¡Ésto es de un humano, huid!”.

viernes, 31 de agosto de 2012

LAMENTOS (Bolero)

Como duelen tus palabras que se clavan como dardos en mi alma. Dices, que ya no sientes aquella emoción cuando mis labios te besan con ardor; que la indiferencia a calado en tu corazón y la rutina se ha interpuesto entre los dos. Me dejaste sin mirarme a la cara y temblándote la voz cuando tu boca pronunciaba aquel último adiós. Desde aquel día la casa es un desierto y al entrar en nuestra alcoba no lo puedo evitar y es que la pena oprime mi garganta y llorando como un niño me abrazo a tu almohada porque yo... te sigo queriendo, te sigo queriendo. Quisiera alejarte de mi pensamiento pero llevo tu imagen tan adentro que tengo miedo de hacerlo y morirme de dolor. Desde aquel día la casa es un desierto y al entrar en nuestra alcoba no lo puedo evitar y es que la pena oprime mi garganta y llorando como un niño me abrazo a tu almohada porque yo... te sigo queriendo, te sigo queriendo

domingo, 22 de julio de 2012

EL BILLETE

José Ignacio recogió, a través de la diminuta ventanilla del banco, los cuatrocientos euros en billetes de cincuenta. Con ello, su “corralito” quedaba extenuado. Abandonó el banco ensimismado en sus pensamientos. “Si pagaba el alquiler, no le llegaría para pagar la luz. Y si pagaba la luz... También tenía pendiente el pago a la comunidad de vecinos...”. Tras poner un poco de orden en su cabeza, José Ignacio entró en el mercado municipal. En la tocinería hizo algunas compras y entregó para el pago uno de los billetes recién sacados del banco; uno al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Luisa, la tocinera, tras comprobar su autenticidad, lo depositó en la caja registradora. Al final de la semana, Luisa cuadró las cuentas y comprobó muy satisfecha que el negocio iba viento en popa. Sorprendió a su marido e hijos diciéndoles: “Esta noche os invito a cenar en un restaurante”. Fue una velada plena de felicidad y de buen comer. Luisa solicitó la cuenta y pagó en efectivo. Entregó varios billetes. A uno de ellos, de cincuenta euros le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Cuando el restaurante cerró sus puertas, don Julián, el dueño, pagó en efectivo el salario a los camareros de fin de semana. Carlos era el camarero más joven y el que cobró primero. Cuatro billetes de veinte euros y uno de cincuenta, al que le faltaba una esquinita, fue su sueldo. Carlos, al llegar a su casa, entregó a su madre, como participe en los gastos de la casa, el billete de cincuenta euros. Al otro día, la madre, fue a comprar algunos utensilios para la cocina en una tienda de precios económicos. Pagó con un billete de cincuenta euros. El encargado de cobrar miraba una y otra vez aquel billete al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Al final lo aceptó. A la familia Chen-Ly, que era la que regentaba aquel negocio de todo a cien, le esperaba una desagradable sorpresa. Poco antes de finalizar su jornada, con las puertas a medio cerrar, se presentaron en su tienda los componentes de una mafia china que, a punta de pistola, le exigieron un “donativo” como pago por proteger su negocio de los ladrones. Los mafiosos, una vez terminado el recorrido chantajista, regresaron al piso donde residían y entregaron la recaudación al capo. Éste abrió la bolsa y sacó un puñado de billetes. De entre los que extrajo, llamó poderosamente su atención un billete de cincuenta euros, uno al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Pensando el mafioso que podría ser un billete marcado por la policía, lo cogió delicadamente e hizo un avioncito con él, y a continuación lo lanzó por la ventana. El avioncito voló y voló hasta aterrizar suavemente a los pies de un indigente que, acurrucado entre cartones y con sus manos al calor de un fuego, intentaba protegerse del intenso frío. El mendigo, tras mirarlo durante unos segundos intentando averiguar que era aquel objeto volador, recogió del suelo el avioncito por un ala, miró a ambos lados del lugar para descubrir al autor de la broma y lo tiró al fuego maldiciendo entre dientes “¡Para jueguesitos estoy yo!”