domingo, 22 de julio de 2012

EL BILLETE

José Ignacio recogió, a través de la diminuta ventanilla del banco, los cuatrocientos euros en billetes de cincuenta. Con ello, su “corralito” quedaba extenuado. Abandonó el banco ensimismado en sus pensamientos. “Si pagaba el alquiler, no le llegaría para pagar la luz. Y si pagaba la luz... También tenía pendiente el pago a la comunidad de vecinos...”. Tras poner un poco de orden en su cabeza, José Ignacio entró en el mercado municipal. En la tocinería hizo algunas compras y entregó para el pago uno de los billetes recién sacados del banco; uno al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Luisa, la tocinera, tras comprobar su autenticidad, lo depositó en la caja registradora. Al final de la semana, Luisa cuadró las cuentas y comprobó muy satisfecha que el negocio iba viento en popa. Sorprendió a su marido e hijos diciéndoles: “Esta noche os invito a cenar en un restaurante”. Fue una velada plena de felicidad y de buen comer. Luisa solicitó la cuenta y pagó en efectivo. Entregó varios billetes. A uno de ellos, de cincuenta euros le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Cuando el restaurante cerró sus puertas, don Julián, el dueño, pagó en efectivo el salario a los camareros de fin de semana. Carlos era el camarero más joven y el que cobró primero. Cuatro billetes de veinte euros y uno de cincuenta, al que le faltaba una esquinita, fue su sueldo. Carlos, al llegar a su casa, entregó a su madre, como participe en los gastos de la casa, el billete de cincuenta euros. Al otro día, la madre, fue a comprar algunos utensilios para la cocina en una tienda de precios económicos. Pagó con un billete de cincuenta euros. El encargado de cobrar miraba una y otra vez aquel billete al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Al final lo aceptó. A la familia Chen-Ly, que era la que regentaba aquel negocio de todo a cien, le esperaba una desagradable sorpresa. Poco antes de finalizar su jornada, con las puertas a medio cerrar, se presentaron en su tienda los componentes de una mafia china que, a punta de pistola, le exigieron un “donativo” como pago por proteger su negocio de los ladrones. Los mafiosos, una vez terminado el recorrido chantajista, regresaron al piso donde residían y entregaron la recaudación al capo. Éste abrió la bolsa y sacó un puñado de billetes. De entre los que extrajo, llamó poderosamente su atención un billete de cincuenta euros, uno al que le faltaba la esquinita de al lado del cuadrito azul superior. Pensando el mafioso que podría ser un billete marcado por la policía, lo cogió delicadamente e hizo un avioncito con él, y a continuación lo lanzó por la ventana. El avioncito voló y voló hasta aterrizar suavemente a los pies de un indigente que, acurrucado entre cartones y con sus manos al calor de un fuego, intentaba protegerse del intenso frío. El mendigo, tras mirarlo durante unos segundos intentando averiguar que era aquel objeto volador, recogió del suelo el avioncito por un ala, miró a ambos lados del lugar para descubrir al autor de la broma y lo tiró al fuego maldiciendo entre dientes “¡Para jueguesitos estoy yo!”

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