Solitaria entre la maleza,
paciente y ajena al tiempo
sigues desparramando ese hilo
de vida transparente que
en su vientre, la tierra guarda.
Tu cristalina agua, antaño
atraía a curiosos y andarines
que a tu lado su sed calmaban,
y a sus casas te llevaban en
curiosos utensilios.
También recogían hojas del
oloroso laurel que fértilmente
a tu lado crecía. Con el,
todo lo compartías: tu
aromático nombre, el
implacable sol del día, el
silencio de la noche y el agua
que de tus entrañas salía.
Del laurel te despoblaron,
menguaste tu caudal, pero
sigues incansable manando
recuerdos a mayores, que un
día niños fueron y corrieron en
tus dominios, soñaron aventuras
y en tu boca bebieron.