domingo, 13 de enero de 2013

EL TRAPECISTA


            

             ¡Señoras y Señores, bienvenidos al mayor espectáculo del mundo!
A continuación  relató el jefe de pista­­, tengo el honor de presentarles
al más valiente e intrépido domador de fieras. El inigualable Jéremi Páez.
Fuertes aplausos recibieron al veterano domador que, enfundado en su maillot
granate y cubierta su espalda con una espectacular capa dorada, entró
presuroso en la pista central del circo inclinanando respetuosamente su cabeza
ante tan entregado público. Sin más preámbulos, se desprendió de su capa y se
introdujo directamente en la gran jaula que compartían leones y tigres.
 Jéremi hizo sonar su látigo que resonó como un trueno. Las fieras rugieron
amenazadoramente y comenzaron su rutina.
 
              Claudio Páez, hijo del domador, esperaba su turno para actuar alojado
en su rulot-camerino. Inevitablemente, como desde aquel lejano día que se
atrevió a  manifestar sus sentimientos a su padre, al escuchar, desde la pista, el
chasquido del látigo de doma, amplificado por los altavoces, su corazón se
 aceleró y comenzó a temblar mientras le brotaba de su frente aquel sudor frío
que le calaba hasta el alma.
             Esa noche, como otras tantas, Claudio se la tenía que jugar. Intentaría,
una vez más, el más difícil todavía: la triple vuelta mortal en el trapecio
 instalado en la cúpula del circo.
              
             El número de las fieras llegó a su fin. El domador remató su
actuación haciendo chasquear continuamente el látigo sobre las cabezas de las
 fieras mientras éstas, erguidas sobre sus patas traseras, amenazaban
 cansadamente abalanzarsesobre él.

               
             Claudio observó de reojo el gran reloj situado al fondo de su rulot.
 Faltaban cuarenta minutos para su actuación. Continuaba la opresión en su pecho.
Cada vezle costaba más disimularlo y nunca pudo compartir con nadie su secreto:
 ¡le tenía miedo al trapecio! pero más a su padre “el gran domador de todo”.

               ¡Respetable público!, continua el espectáculo resonó de nuevo por
la megafonía. En unos instantes lo imposible se hará realidad y la realidad
les parecerá imposible. Ante ustedes los fantásticos contorsionistas-malabaristas
“Trupe Marions” llegados del circo Renglin  de Estados Unidos exclusivamente
para  nosotros.
               
                Mentalmente, Claudio calculó el tiempo; tras los Marions, los payasos,
y después, después su angustia y desazón envueltas en una sonrisa de celofán,
entrarían en la pista. Cada vez le atormenta más el recuerdo de aquel desdichado
día en el que se lo confesó a su padre:
              ¿Qué dices? le gritó sin contemplaciones su progenitor.  Miedo,
que tú tienes miedo a las alturas.
             Con la mirada desatada y el mismo látigo de doma, con el que
 atemorizaba a  las fieras, Jéremi se lo crujió a pocos centímetros de la oreja, tan
pocos que Claudio percibió aterrorizado en su cara el soplo que produjo el tronar
del látigo.    
              Los fuertes aplausos que retumbaban a su alrededor, procedentes de la
 pista, le devolvieron a un presente huérfano de ilusiones. Contempló, con sus
 ojos inundados de melancolía, el póster que guarda desde niño, enmarcado y
colgado en su camerino. En él, grandes letras anunciaban a la singular malabarista
del trapecio
 “La princesa rusa” una estilizada y guapa mujer. Era la madre que tanto añoraba
y echaba a faltar. Según su padre, a los pocos meses de su nacimiento,
desapareció del circo con el encargado de taquillas.

            ¡Respetable público, ya pueden respirar! comentó irónicamente el
 presentador. Despidamos, como se merecen, a estos artistas prodigiosos,
Los Marions.

            Llegó el momento. Todos en el circo sabían que el arriesgado número
del trapecio era el gran reclamo para llenarlo cada noche. Claudio se ciñó en
las ingles el maillot celeste, apretó sus muñequeras, giró pausadamente su
cuello a ambos lados y estiró sus músculos dorsales. La transpiración comenzó
 a resbalar por su tez morena y cara aniñada, en la que sus ojos castaños
tenían una pátina de tristeza que delataba una nota discordante en su atractivo
 rostro.  Se acercó al mueblecito-bar, extrajo una botella de güisqui y se sirvió
un abundante trago en un vaso. Era otro de sus secretos, el que le da valor
 para subirse cada día al trapecio. A continuación se dirigió a la pista central
 y esperó junto a sus compañeros, entre la tramoya, que finalizaran los payasos.

          
               Mientras se despedían los payasos, Jeremi, su padre, que a pesar
de estar al borde de la sesentena, tenía una envidiable figura, se dirigió a
su hijo con el mismo rictus en la cara que cuando bregaba con las fieras.
               Claudio dijo mirándolo fijamente, traspasándolo, espero
que esta noche, ahí arriba, ejecutes con maestría el triple salto que tanto
se te resiste y que no lo acabas de bordar. La gente paga por ello, recuérdalo.
               Si, padre contestó sin poder sostenerle la mirada. Perdona,
subo un momento a mi camerino
              ¡Pero si están a punto de anunciarte!  le recriminó.
              Sólo es un segundo subió corriendo a su rulot y volvió a sacar
la botella de güisqui. Esta vez se la llevó directamente a la boca.

             ¡Señoras y Señores! tronó por megafonía tras el redoble de
 tambores. Llegó el momento esperado. La valentía, el riesgo y el arte se
 escriben con mayúsculas en lo más alto de la lona.  Ante ustedes, el increíble
 Claudio Páez, el volador de la pampa.
             Él saludó educadamente al respetable desde en centro de la pista,
se frotó las manos con magnesio y comenzó a subir a pulso por la gruesa
 cuerda hasta la plataforma, anclada a pocos metros de la cúpula, donde
esperaban sus compañeros.
             Sin ninguna dificultad, Claudio ejecutó limpiamente las piruetas
 rutinarias con su equipo, y que le servían de preparación para el gran
 momento. Tras finalizar varias y espectaculares series se refugió en la
 plataforma recibiendo las primeras ovaciones.
             A continuación: dirigió una mirada cómplice a su compañero de
 acrobacia indicándole el dos con los dedos. Con su trapecio, Claudio
 se desplazó hasta la plataforma de enfrente; levantó su brazo
 derecho dando la señal, y se lanzó vertiginosamente con su trapecio al espacio.
 Se balanceó rítmicamente hasta alcanzar la altura prevista. Su compañero
 esperaba el momento justo para lanzarle el trapecio vacío. Claudio recogió
sus piernas hasta la altura del pecho y se soltó.  En el aire giró con su cuerpo
 recogido. A la segunda vuelta se estiró como un gato y sus manos buscaron
desesperadamente el trapecio que le envió su compañero. Lo alcanzó con una
 mano y la punta de los dedos de la otra. Se sintieron murmullos y algún grito
 entre los espectadores. Al final consiguió, a duras penas, hacerse con el control.
 Sus compañeros respiraron aliviados cuando se unió a ellos.
              Fuertes aplausos tronaron entre el enardecido público.
             
              El sonido amplificado de los vítores, arriba en la cúpula, y la
 euforia que le provocaba el alcohol, desataron la adrenalina del trapecista.
             Colócate en posición, Juan  vociferó Claudio, señalándole el
 tres a sus compañeros.
             Juan, el recogedor, hombre de su confianza y el que le tenía
que agarrar en el aire, le comentó encarecidamente que mejor lo dejara
 para otro día. Claudio ni le escuchó, estaba decidido a todo. Con su trapecio
 se trasladó hasta la plataforma contraria. Esperó que Juan comenzara a tomar
altura, bocabajo en la barra de su trapecio, y sujetándose sólo con las piernas.
  Claudio contó los balanceos de su compañero y emprendió la más difícil de
 las acrobacias aéreas. Consiguió su máxima velocidad y altura, sus movimientos
 eran frenéticos; miró de reojo a su compañero y se soltó. Por la inercia, iba
cayendo hacia abajo dando vueltas en el aire como una peonza. En el tercer
 giro se estiró desesperadamente intentando agarrarse a las manos
salvadoras de su compañero. Faltó coordinación y apenas consiguió rozarlas.
 Gritos de pánico en la pista cuando Claudio cayó como un fardo.
              Afortunadamente, la red de seguridad aguantó la caída, pero lo
 rebotó hacia arriba varios metros. Claudio, algo aturdido, no pudo recomponer
 la figura y cayó fuera de la protección.
              El golpe fue brutal contra el tatami de la pista. Hasta en las primeras
 filas se escuchó el crujir de sus huesos. Se quedó inmóvil, con los ojos abiertos
y la mirada extraviada, mientras un silencio sepulcral enmudeció a los
espectadores. 
             Su padre acudió corriendo con su cara desencajada y se arrodilló
 incrédulo junto a él, fuera de si, intentó inútilmente que se incorporara. Pero lo
que vio reflejado en los ojos inmóviles de su hijo, por primera vez en su vida,
le hizo fluir algo parecido a unas lágrimas. Miró hacia arriba y arrojó con rabia
al centro de la pista el látigo de doma que llevaba colgado en el cuello. 

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