viernes, 1 de noviembre de 2013

AMBROSIO, SU LEYENDA





De dominio público era la leyenda de que en el pueblo de Rondón de los Caballeros, situado en el interior del valle de los cerezos, existía un licántropo. Concretamente en el panteón familiar donde yacían los restos mortales del último cura que ejerció su apostolado, decían los vecinos, era la guarida ocasional de Ambrosio, el apodado “hombre lobo”

Era una de tantas fábulas que circulaban por los pequeños pueblos ganaderos de la comarca. Pero, tras lo sucedido en la madrugada del día de los Santos Difuntos el miedo se extendió como una mancha de aceite por el pueblo de Rondón

El referido Ambrosio, un hombre de cuarenta y nueve años, trabajador
y con ganas de prosperar “según relataban sus contemporáneos” había conseguido, tras muchos años de cabrero, tener su propio rebaño. Tres perros pastores, que prácticamente eran su única “familia”, le ayudaban en las labores de vigilancia y cuidado de sus animales.

La leyenda comenzó a forjarse cuando uno de sus perros tuvo una pelea con una rata de campo, a consecuencia de ello, el animal se contagió de la rabia y perdida la cabeza mordió a su amo.

En esa pequeña villa creyeron que murió a consecuencia de las infectas mordeduras, pero como nunca se encontró su cadáver... comenzaron las habladurías. Se decía que, estando moribundo, se refugió en el panteón del cura que, en vida, habían sido muy amigos y milagrosamente sanó de sus heridas, pero el mal ya había invadido su alma.

También, en voz baja y mirando alrededor, explicaban algunos vecinos que en noches de luna llena cuando las tormentas hacían retumbar sus truenos por el valle se escuchaban aullidos inhumanos provenientes del cementerio que a más de uno le ponía la piel de gallina y el corazón en un puño.



Una tarde de octubre, ochos días antes de la fiesta de todos los Santos, dos jóvenes vecinos del pueblo, y que rondarían los veinte años, estaban entretenidos en uno de los bares que había en Rondón. Un reportaje televisivo atrajo su atención. El documental informaba de las influencias, cada vez más consolidadas en nuestro país, que la fiesta anglosajona de halloween, más bromista y atea, estaba teniendo en nuestra tradicional fiesta de todos los Santos y Difuntos.

A Carlos, uno de los dos muchachos, mientras visualizaba el programa se le fue iluminando la cara con una sonrisa maliciosa y le comentó a su amigo Julián:

 ¿Porque no preparamos una gorda, y que sea sonada la noche de los difuntos?

A que te refieres, colega, con eso de sonada.

Muy fácil. Vamos a aprovechar ese cuento chino de Ambrosio, el que dicen que a veces se oculta en el panteón del cura, para darles un buen susto a los vecinos como hacen los americanos en la noche halloween

¿Quieres decir, Carlos, ir al cementerio de noche y trastear en el panteón del cura nosotros dos solos?

Por supuesto, pero sin profanar el lugar ni hacer nada violento. Solo llevaremos unas calabazas preparadas con punteros-lacers en los orificios de los ojos para que se vean las luces desde el pueblo. También dejaremos algunos rastros que aparenten que alguna persona o “monstruo” merodea por allí.

A Julián no le entusiasmó la idea. No por miedo de ir al cementerio de noche, sino por las consecuencias si los descubrían. Pero tras meditarlo, acabó moviendo afirmativamente su cabeza mientras disimulaba una sonrisa pícara por lo que se le acababa de ocurrir.

Llegó la esperada noche de primeros de noviembre. Los dos jóvenes equipados con todos los utensilios para la broma dentro de sus mochilas iniciaron, de madrugada, su partida al cementerio. Una radiante luna nueva les alumbraba el camino.

El camposanto estaba, aproximadamente, a unos quinientos metros de las afueras del pueblo. Nada más llegar tuvieron su primer contratiempo: la puerta estaba cerrada con llave.

¿Qué raro, Julián? La puerta siempre ha estado cerrada sólo con el pestillo.

Sí, colega, pero no a las doce de la noche.

Los dos amigos comenzaron a inspeccionar la tapia en busca de una zona en la que les fuera más fácil trepar. La parte en que la pared se unía a los pilares aparentaba más facilidad.

Tío, esto de tener que gatear por la pared no me hace ninguna gracia protestó Julián. Luego, si alguno tiene que salir por piernas se va a hacer polvo.

¿Y según tú, porqué tendríamos que salir corriendo si a estas horas no vendría ni el enterrador cobrando horas extras?

Cosa mías, Carlos, no me hagas caso.

Una vez dentro del camposanto se encaminaron, sigilosamente, al panteón donde estaba enterrado el cura y sus familiares. Tras unos minutos de un caminar indeciso, y apretando los dientes ante el más mínimo ruido, llegaron frente a la cancela metálica que protegía la puerta acristalada del mausoleo.

Carlos comenzó a sacar de su mochila todo el arsenal para la broma.

Mientras tanto, Julián registraba las macetas adosadas en la entrada y miraba debajo de ellas. Atónito por lo que hacía su amigo, Carlos le preguntó:

¿Se puede saber que haces? Deja en paz los tiestos que estás haciendo mucho ruido y me estoy poniendo nervioso.

Tranqui, colega. Mira lo que tengo en la mano Carlos enfocó la mano de su amigo con la pequeña linterna-laser y exclamó. Una llave! ¿No me dirás que es de esta puerta?

Bingo. Y ya que la he encontrado echaremos un vistazo por el interior.

De eso ni hablar. ¿Y se puede saber como demonios tus sabias el sitio donde se escondía la llave?

Pues muy fácil, socio. Son muchos los domingos que mi madre me traía aquí para que le ayudara con la escalera, y así ella podía limpiar todo este mogollón de granito. Ya sabes que mi vieja era muy devota del cura don Anselmo.

Julián muy decidido, y aparentemente tranquilo, se dispuso a entrar en el interior del mausoleo cargado con sus cosas.

¡Pero... Julián, nos vamos a meter en un lío. Entrar ahí es un sacrilegio.

No digas chorradas, Carlos. Aquí, en esta especie de oratorio, entran los familiares. Mi madre también limpiaba esta zona. Los ataúdes están dentro del sepulcro en un hueco que hay al fondo a la derecha.

Verdaderamente Carlos estaba fascinado del comportamiento de su compañero. Lo encontraba desconocido y sorprendentemente lanzado. Siempre, en el grupo de amigos, lo tenían como un chico tímido y retraído siendo el blanco de las bromas más pesadas.

La última se la gastó, precisamente, Carlos. Le mandó un mensaje al móvil en el que le aseguraba que Tania, una chica que le gustaba a Julián, quería ser su novia, pero que le daba “corte” decírselo. Cuando él, pavoneándose y sacando pecho se le acercó insinuante, Tania se rió de él y lo mandó a freír espárragos. Avergonzado y humillado se marchó cabizbajo maldiciendo a Carlos.

Una vez en el interior del mausoleo, Julián se encaminó hacia la zona de los sepulcros e invitó, desde el fondo, que se acercara su amigo.

Yó no pienso entrar exlamó Carlos, cada vez más alterado. Además, estoy pensando que mejor lo dejemos para otra ocasión. Será el relente de la noche, pero me está entrando un tembleque y un sudor frío en todo el cuerpo que no puedo aguantar.

Bueno, tú eras el organizador de la broma. Si ahora te acojonas no me voy a quedar aquí yo solo. De todas formas me apetece hacer una cosa: Julián puso sus manos alrededor de su boca en forma de altavoz y gritó. ¡¡Ambrosio, hombre perro o lobo, si estás aquí manifiéstate!!

Julián, Julián... no te pases hombre. Haber si con tanto cachondeo se van a mosquear los difuntos.

Está todo controlado. Aquí sólo está el cura o lo que quede de él y sus parientes.

Carlos cada vez estaba más desconcertado con su amigo. Pensaba que el alcohol, que habían consumido en abundancia durante la tarde, le había daba un valor extra que no tenía cuando estaba sobrio.

Cuando Carlos se disponía a recoger las calabazas para introducirlas en su mochila, surgió desde el fondo del panteón un grito terrorífico que ampliado por la bóveda del recinto resultó más espeluznante.

¡¡Socorro, Carlos!!, algo me ha cogido del brazo y no me deja salir. Ayúdame por favor...

A Carlos, el grito inesperado de su amigo lo paralizó. Intentó iluminar con la linterna el fondo, desde donde procedían los chillidos, pero el temblor de su mano le impedía enfocar.

De pronto un rugido animal, como si un lobo fuera acorralado en su refugio, retumbó como un trueno. Carlos se estremeció. Finalmente consiguió orientar la luz hacia donde provenían los aullidos.

No se desmayó por el instinto de supervivencia, pero se tuvo que restregar los ojos para asegurarse que era real lo que su linterna enfocaba.

¡Virgen Santa, no puede ser verdad! balbuceó Carlos, castañeándole los dientes.

La cara de un escalofriante personaje quedó al descubierto. Destacaba su mandíbula prominente, cabeza y cara cubiertas de pelo enmarañado de donde resaltaban unos ojos que parecían inyectados de sangre. De su boca entreabierta, en la que sobresalían unos inmensos colmillos, goteaba un viscoso líquido rojo.

Carlos no lo pudo soportar más y tiró la linterna. Concentró toda la energía que le proporcionaba el pánico en sus piernas. Salió, literalmente, volando del mausoleo y corrió como un poseso hacia la tapia.

Sin tiempo para pensar, ni buscar la parte más baja del muro, se lanzó suicidamente contra él. Intentó escalarlo de cualquier forma; en ello se dejó algunas uñas rotas y jirones de la piel de sus manos. Al final, con la misma desesperación que un naufrago emerge del agua, Carlos consiguió coronar la pared. Nada más tocar el suelo del otro lado comenzó a correr.

Corría desesperado y dolorido. Sus larga zancadas ponían tierra de por medio, pero no podía evitar mirar continuamente hacia atrás. Temblaba desde la barbilla hasta las rodillas, mientras el estómago parecía que se iba a volver del revés de tanta opresión.

“Como he podido llegar a esta situación tan increíble y surrealista por una gamberrada” se repetía, machaconamente, un jadeante Carlos.

Ya en la entrada del pueblo enfiló, como un torbellino, hacia la calle mayor donde estaba el cuartel de la guardia civil. Más que tocar la puerta parecía que la iba a echar abajo. El oficial de guardia la entreabrió llevando entre sus manos el fusil, en posición de tiro, esperándose lo peor.

El cabo Hidalgo, que estaba esa noche de guardia, viendo a la persona que había aporreado la puerta se tranquilizó y guardó el arma. Conocía bien a Carlos. Alguna vez el muchacho se había pasado con sus travesuras y tuvo que llamarle al orden.

¿Supongo que tendrás un motivo muy importante para llamar a estas horas, y de esa forma?interrogó ásperamente

¡Cuestión de vida o muerte, se lo juro por Dios.

Carlos le contó al miembro de la benemérita, en pocas palabras, lo sucedido en el cementerio con su amigo y las escenas sangrientas contempladas.

El cabo accedió a acompañarlo, no por creerse la historia rocambolesca del hombre lobo, sino porque viendo su aspecto lamentable pensó que habían tramado alguna gorda y se les había ido de las manos. Rápidamente cogió un radio-transmisor y una potente linterna y se subieron a un todo-terreno del cuerpo.

En pocos minutos ya divisaban, perfectamente, el cementerio. La brillante luna llena les facilitaba la visión.

El cabo aparcó cerca de la entrada y, ya informado por Carlos, extrajo de su bolsillo un juego de ganzúas con las cuales, en el segundo intento, abrió la puerta de entrada del camposanto.

Cautelosamente se encaminaron hacia el panteón del cura. El silencio era total, sólo roto por algunos graznidos de aves nocturnas. El cabo Hidalgo aguantaba su linterna con la mano izquierda, y como precaución, con la diestra rozaba la culata de su pistola. Carlos le seguía casi pegado a él. Su temblor se había convertido en pequeñas convulsiones. Hasta en su garganta notaba el repiqueo incontrolable de su corazón. A pocos metros de la entrada del mausoleo el cabo le indicó, casi en un susurro, que esperara hasta que le hiciera una señal. No se lo tuvo que repetir dos veces. Carlos se tiró tras una lápida y esperó acontecimientos.

Al agente, aquella situación y lugar no le hacía ninguna gracia. La puerta acristalada del panteón permanecía abierta. El cabo se acercó casi de puntillas sujetando firmemente su linterna, respiró profundamente y enfocó al interior del recinto. La escena que descubrió, en un primer momento, lo dejó petrificado. Tras unos segundos de cavilación comprendió el motivo del pánico de Carlos.

Julián, su amigo, estaba tendido en el suelo bocarriba. Permanecía inmóvil; en su torso llevaba puesto lo que parecía una imitación peluda a piel de animal, y en su cabeza, a medio quitar, una realista mascara de hombre- lobo.

Rápidamente el agente llamó a Carlos. A continuación le tomó el pulso al chico. Afortunadamente respiraba, aunque sangraba ligeramente por varios puntos de la nuca y cuello

Mientras pedía una ambulancia por radio, el cabo, mirando inquisidoramente a Carlos, le preguntó:

¿Que demonios le has hecho a tu amigo?

¡Le juro por mi familia que nada!.., aunque jamás hubiera imaginado que Julián me hiciese esta putada. Yo salí corriendo a buscar ayuda. Ya ve como tengo las manos.

Aquello que el joven le contaba sonaba veraz y tenía lógica. ¿Pero entonces que demonios le había pasado a su amigo? masculló el agente, sobrepasado por los acontecimientos.

El cabo examinó al muchacho y observó que las heridas eran extrañas, como arañazos profundos en la piel. Con el movimiento, Julián entreabrió los ojos. Reconoció a su amigo y, con la mirada cabizbaja, guardó silencio.

¿Qué te ha pasado, muchacho interrogó el agente

No lo se. Lo único que recuerdo es que cuando se marchó corriendo Carlos, y empecé a quitarme el disfraz, alguien me cogió por detrás, me zarandeó y golpeó. No recuerdo nada más.

En ese momento llegaron los sanitarios. Mientras en la camilla el médico tomaba las constantes de Julián, preguntó al cabo Hidalgo.

¿ Al final se ha escapado, verdad?

¡Se has escapado...¿Quién? exclamó desconcertado el agente.

Bueno, nosotros, cuando llegábamos aquí, vimos a lo lejos como una sombra saltaba ágilmente la tapia y desaparecía rápidamente entre la arboleda.



<


No hay comentarios:

Publicar un comentario