jueves, 4 de agosto de 2011

OFLODA EL BONACHÓN

Érase una vez, no hace mucho tiempo, vivían felizmente en un bonito pueblo con vistas al mar, y a un suspiro de las montañas, una família compuesta de tres miembros y un anciano perrito.

Todo en la casa de Ofloda, que es como se llama el padre, Adanimuli la madre, e Imul la hija, era armonía, trabajo y amor. Pero la vida es una aventura imprevisible, y nuestro destino, una incógnita indescifrable.

Aquel desdichado domingo de Abril, Ofloda, radiante en el porte y suavemente envuelto en un aroma floral, salió a comprar el diario como lo hacía habitualmente cada mañana. Él es una persona de estatura media y de mediana edad, tez morena, cara redondita y ojos vivarachos que nunca se pierden un detalle. Un generoso y espeso bigote remata su fisonomía dándole un aire de buena persona, un hombre bonachón como dirían nuestros abuelos.

Nuestro protagonista, tras hacer su recorrido dominical, y mientras hacía tiempo para volver a su casa, entró como de costumbre en una taberna del barrio a tomarse un cafetito. Nadie en el local se percató que tras él, de una manera sigilosa y desapercibida, entraba un personaje de vestimenta oscura y rostro inexpresivo donde destacaban unos ojos de mirada siniestra. Era el sicario de las tinieblas y llevaba tiempo espiando a Ofloda el bonachón. Ya conocía sus hábitos y costumbres, y aquel domingo de Ramos fue el elegido para llevárselo con él tras sentenciarlo con un conjuro maléfico:
“¡Había envenenado las tres palabras que iba a pronunciar nuestro hombre!”

El camarero, inducido por el malévolo, le dejó el café a nuestro protagonista en el mostrador. Junto a la taza había un pequeño sobrecito. Ofloda, tras observar el plato, no se lo pensó dos veces y, entonando la voz, le dijo al camarero:
- ¡¡Sacarinas no, azúcar!! -y se desplomó fulminado.
El infame sicario, con una leve sonrisa, saboreaba su nuevo triunfo. “Otro más para mi”, pensaba el cabronazo.


Pero, con lo que no contaba el maligno era que, no sólo él seguía a Ofloda, sino que también le rondaban y de cerca, sus Ángeles de la Guarda. Éstos, una mujer y un hombre, bajo la apariencia de policías, entraron raudos en el bar y socorrieron, sin perder un segundo, a Ofloda. La situación era desesperada: el conjuro maligno utilizado era muy poderoso. Sus Ángeles no se desanimaron, comenzaron su labor sin demora con movimientos mágicos hasta conseguir debilitar el letal hechizo. Por fin, Ofloda empezó a respirar despacito, ya, sus Ángeles habían evitado lo peor.

Los médicos, llegados en una ambulancia, lo estabilizaron y corriendo mucho, mucho, con las sirenas pregonando la gravedad del ocupante, a un hospital muy grande se lo llevaron. Nuestro hombre estuvo muy delicado durante unos días. Sus Ángeles de la Guarda, todo el tiempo estaban con él protegiéndolo, pero dejando que los médicos hicieran su trabajo. ¡Qué listos sus Ángeles!

Su mujer Adanimuli, e Imul su hija, lloraban y lloraban desconsoladamente, ya pensaban que nunca más su Ofloda sería el mismo de antes, y ellas lo querían tanto.

Al séptimo día, muy dolido de cuerpo y algo despistadillo de mente, nuestro querido bonachón, por fin, se deshizo del maligno hechizo y ¡¡abrió los ojos!!

No os podéis imaginar, ni por un segundo, la explosión de júbilo de su mujer. La cara de Adanimuli era una simbiosis de sonrisas, lágrimas fluyendo sin parar y labios besando tiernamente cada centímetro de la cara de Ofloda. Los preciosos ojos negros de su hija Imul, enrojecidos de tanto llanto, resplandecían de alegría y esperanza. Las dos abrazadas ¡cómo lloraban y lloraban! pero esta vez, que maravillosa diferencia, las lágrimas que manaban de sus ojos eran de amor y de agradecimiento...

Ya, Ofloda el bonachón se recuperó, y está en su casa al lado de sus seres queridos y de su entrañable perrito, de nombre Ipuy, que también lo quiere mucho, y seguro que después de la increíble experiencia los tres lo quieren más. Y colorin colorado, este verdadero cuento de Ofloda el bonachón, su maravillosa familia y sus Ángeles de la Guarda, se ha acabado.