jueves, 6 de mayo de 2010

LENTAMENTE

Desde el vértigo de los cincuenta y cinco años,
deslizo una mirada nostálgica hacia la planicie
de mi adolescencia.
Repleto de ilusiones, forjado en las tareas y
hambriento en el saber transcurría lenta muy
lentamente el tiempo para ser mayor.
Pasos hacia delante, hacia atrás y a veces no
sabes para donde.
Era el caminar inseguro y vacilante por las
sendas de la vida cuando los años se cuentan
con los dedos de las manos y algunos más.
Escasas las tareas que atender y abundante
el tiempo libre, nuestra mente burbujeaba
fantasías delirantes con sólo mirar a una chica,
y nuestro corazón se aceleraba cuando el
espejo descubría por fin... Algunos vellos en
la cara.
Todo nuestro mundo consistía en: una plaza,
cuatro calles y unos amigos para jugar.
Sonrío desde mi atalaya. Lo veo correr y jugar
a las bolas. También enfadarse, y reprimidos
lloros cuando algunas cosas que ve, todavía no
las puede comprender.
Transcurrieron inexorablemente primaveras
y veranos.
Crecieron las tareas a la vez que su cuerpo.
Tempranamente, el sabor agridulce del trabajo
le recordó el significado de la palabra “necesidad”.
En su espalda empezó a acumularse el peso de
la sensatez. La mente se debatía entre la
preocupación y la diversión.
Ya los años no se podían contar con los dedos de
las manos. ¡Por fin... Era mayor!

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